martes, 4 de agosto de 2009

Sonia Sotomayor y lo imperdonable de ser mujer y puertorriqueña

¿Qué tienen en común Sonia Sotomayor y Celina Báez? La mancha de plátano que nadie se las despinta, el olfato de la “wise latina”. El temple de hierro por lo que, en un caso, la imaginamos contestando las preguntas racistas de un médico blanco en los años 40 en Nueva York en vez de pronunciarle un vómito de palabras caribeñas. En el otro escenario, contestando preguntas de un pelotón de fusilamiento republicano en el Senado estadounidense del 2009, con todo y racismo, xenofobia, machismo intrínseco, sin pararse de la silla a decirle ‘pardon me’ y a denunciar la desigualdad con que la intentan juzgar y echar a menos.

Celina es la madre y Sonia la hija. El equipo de Insulatv no las conoce. A la menor de ambas la hemos seguido de cerca por sus trabajos en la judicatura, por su participación como abogada litigante y asesora en ese mundo boricua en Nueva Yol, de organizaciones de base comunitaria, donde se discute el ‘status quo’ del otro Puerto Rico en la nación americana y se saca la cara por el/la que no sabe si va o viene, pero si sabe, que es puertorro.

A Celina, la hemos visto a través del lente fotográfico, de las cámaras de tv. De ella sabemos lo que las historias de prensa han retratado. Una mujer que salió de Lajas, - imaginamos que en un avión de PanAm repleto de sillas plegadizas, - como parte de la generación de la diáspora, una época que todavía deja a muchos con marcas en la alma. Celina llegó al barrio y allí estudió enfermería y a la muerte de su marido, se enjugó las lágrimas y continuó viviendo en el frio espacio de la Gran Manzana. Y crió a sus hij@s, los envió a la mejores escuelas de la época y siempre los disciplinó a lo puertorriqueño, en español, con el acento de la ‘wise latina’. Los viajes de verano a la Isla llenaban los pulmones de aire tropical y de paso, también las ganas de seguir siendo.

En el 2009, el ocupar la silla de un salón de audiencias del Congreso de Estados Unidos, llevaría a Sonia a vivir un rostro más del “sueño americano” en el Siglo XXI. Allí se enfrentaría con la realidad de que la representatividad del gobierno sigue siendo misógina y racista. Allí tendría que enfrentarse a contestar las preguntas de quienes niegan la posibilidad de que una mujer y puertorriqueña se ganó ir al Supremo de Estados Unidos. Allí le cuestionaron su compromiso con las causas de las minorías en el Puertorrican Legal Defend Fund, como si atender la injusticia desde su profesión, estuviera vedado. ¿Se olvidan de que Thurgood Marshall, primer negro en ser nombrado al Tribunal Supremo de Estados Unidos, fue el abogado principal de la Association for the Advancement of Colored People (NAACP)? ¿No saben que al día de hoy tiene la marca del abogado con más casos ganados ante ese Foro, 14 de 19 pleitos? Ahí se incluye el caso de Brown vs Board of Education, el que en 1954, decidió que la ley que segregaba las escuelas por razón de raza, violenta la clausula constitucional de igual protección de las leyes. Una causa justa, ¿o es que los republicanos que hoy enjuician a Sonia piensan que no?

En esa fría audiencia congresional – donde hasta los republicanos tuvieron que aceptar su capacidad e intelecto -también estaba Celina, la mujer que tiene que haber oído, en sus ochentaitantos lustros, tantas barbaridades xenófobas como las ganas que tenía de echar palante a sus hij@s. Y las volvió a escuchar, con la carga adicional de la misoginia, de una mujer que tiene que probar y requeté probar sus capacidades, sus talentos. En esa audiencia de una parte sobresalió la “wise latina” y de la otra la incompetencia, la injusticia, el sable de la desigualdad personificada, sentada en sillas de hierro y cojines de piel.

¿Qué tienen en común Sonia y Celina? Que un día del 2009 ambas se crecieron en una tierra poco prometida y le ganaron un caso al Congreso. ¡Sufre David Letterman!

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